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febrero 15, 2012

La muy imperfecta vida de los reyes

LA MUY IMPERFECTA VIDA DE LOS REYES A TRAVES DE LA HISTORIA


Empezando por La Monarquía y siguiendo por la
Iglesia, ningún poder ha pensado más que en sí mismo.
(Ortega y Gasset)

Hay una paremia muy conocida según la cual “la caridad bien entendida, empieza por uno mismo”; tratándose de algunas personas y en primer lugar de los reyes, puede añadirse: “y no pasa de ahí”. Si esta ironía indica que anteponemos nuestras necesidades a las del prójimo, lo que en principio no es malo, llevado más lejos de lo necesario es reprobable, cae en descarnado egoísmo. Egoísmo, egocentrismo y egolatría es la base de la vida de los reyes y de su política, de aquí esta afirmación del escritor inglés del siglo XVII John Dryden: “La guerra es el oficio de los reyes”. Así tuvieron a la humanidad más tiempo en guerra que en paz. Militarista y belicoso era, por no retroceder más en la cronología y salir de España, Alfonso XIII, recordemos su entusiasmo por la guerra de África, su elogio al general Fernández Silvestre que llegó a cometer la torpeza estratégica que desembocó en el Desastre de Annual, y luego, ante el rescate de prisioneros, su frase: “Pero qué cara se ha puesto la carne de gallina”. Es tan cruel como la que emitiera la reina consorte María Antonieta cuando escuchó la queja del hambre del pueblo: “Si no tienen pan, que coman bollos”. Del actual rey refiere Iñaki Anasagasti:

…Yo rompí con todo ese mundo de mentiras a raíz de la guerra de Irak. Hasta entonces habíamos seguido con esa ficción del Pacto con la Corona que jamás percibía, pero tras mantener con el rey un diálogo duro en el que me dijo que él era militar y le gustaban las guerras y yo contestarle que se fuera él y le mandara a su hijo, revisé la Corona y vi que el artículo 63 le daba un papel como jefe de las Fuerzas Armadas. Y tras negarnos una audiencia a los Grupos de la Cámara, salvo al sumiso Zapatero, en una de las sesiones, bajé a la tribuna del hemiciclo del Congreso y denuncié al rey por su pasividad, su falta de coraje, la dejación de sus funciones y su poca personalidad ante Aznar que se había reunido en las Azores con Bush, Barroso y Blair y quería mandar tropas a una guerra “para sacar a España del rincón de la historia”.

Esto nos costaría el atentado del 11 de Mayo con monumento evocador de sus víctimas en la estación de ferrocarril de Atocha y, otro, en el parque de El Retiro, Madrid. Bien lamentaría Antonio Gala: “¡Qué cara nos ha salido la foto de las Azores!”.

En el índice medio, como ya reseña él, de la cultura de la sociedad de nuestros días nadie puede creer los camelos que dio origen a la monarquía y al rey, empezando por lo de A Deo rex, a rege lex, de Dios el rey, del rey la ley, lo que constituye el principio de la monarquía absoluta, justificando el poder real por su origen divino. ¡Nada menos! La mitad de las monarquías europeas –quedan diez- son católicas, tal como la de España –don Juan Carlos, esposa e hijos lo son, aunque nuestro país es aconfesional-, obedientes al papa, en otras el monarca es la principal autoridad religiosa, por ejemplo Isabel II de Inglaterra, gobernadora suprema de la iglesia, hecho que como todos saben data de Enrique VIII al solicitar al papa la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón y Trastamara , hija de los Reyes Católicos, para casarse con Ana Bolena. No accedió, ni la esposa, apoyada ésta por su sobrino Carlos V. Realmente el pontífice no podía; por decirlo con palabras de José Carrillo de Albornoz, en su biografía “La Reina triste”,

Clemente VII estaba en una delicadísima situación cuando llegaron los enviados del rey de Inglaterra. Roma estaba en poder de Carlos V, y aún no se habían apagado las hogueras de los palacios tras el terrible saqueo de Roma que habían realizado las tropas imperiales, el mayor castigo a la ciudad eterna en más de mil años. El propio condestable de Borbón había muerto. Incluso el Papa era prácticamente un prisionero en el castillo de Sant Angelo.

La vida del energúmeno Barba Azul es una serie de arbitrariedades matrimoniales, por centrarnos en éstas, contrajo seis matrimonios porque a varias de sus esposas les puso en manos del verdugo, y hachazo al canto.

Ha transcurrido la Edad Moderna, estamos en la Edad Contemporánea pero el donjuanismo de los reyes, como regla general, se mantiene, menos mal que han perdido poder, ya no es omnímodo, como era en la monarquía absoluta, aun cuando sigue siendo grande, y los reyes tienden, lo llevan en la sangre, a comportarse como rey absolutista, incluidos, por supuesto, los católicos. Con Fernando VII, el Felón, terminó el absolutismo, pero en cierto modo es perenne este aserto de Sófocles: “Los reyes son felices en muchas cosas, pero principalmente en esto: pueden decir y hacer lo que les parezca”. Si de este trágico griego pasamos al último libro de Mario Conde –De aquí se sale- encontramos esta otra frase que les caracteriza: “Los reyes tienen sus propias normas, reclaman con fiereza que las cumplan sus súbditos, quienes, al tiempo, deben ser totalmente indulgentes con el correlativo incumplimiento real”.

Como dijo un papa, y se lo pueden aplicar también ellos, lo peor del catolicismo son los católicos. El reinado de Juan Carlos I –época de corrupción- es familiarmente de discordia, como se va divulgando en libros y en Internet; los hijos, infantas y príncipe, han crecido viendo la separación de sus padres, lo que siempre constituye, y en general, un trauma psíquico que suele dejar huella. Las bodas de ellos han sido decepcionantes para los españoles, hechos a otros cánones de la institución monárquica en España, aunque en general se optó por el silencio, por no opinar, si bien no faltaron opiniones duras, con bastante valor emitidas. El miedo guarda la viña, que reza el refrán, miedo de que habla, por ejemplo, Juan Balansó, con respecto a escribir sobre la vida y hechos de los reyes:

Existe en nuestro país, no es ningún secreto, un acuerdo tácito entre la prensa para mantener la boca cerrada, o casi, en pro de una transición difícil, aunque ya superada. Es lo que damos en llamar el “Tabú Real”. Mientras que en las restantes monarquías europeas la información sobre los soberanos, jefes de Estado, es muy detallada y no existen problemas para hablar de sus legítimos negocios, ni para comentar sus azares familiares, persiste en La Zarzuela una tradición de halagos al poder, heredada de Franco, que parece difícil de erradicar. Conocemos de la Reina y los suyos sólo lo que quieren que conozcamos. La Casa Real, mediante sutiles métodos de control, se encarga de que sólo les veamos como personas somáticas y sencillas, incapaces de desafinar.

Esto escribe en “Las alhajas exportadas” (1999). Y he aquí otras líneas que en este mismo libro escribe al respecto con el subtítulo “Una biografía imposible”:

Reconozco, de entrada, que no se puede escribir, hoy por hoy, ninguna biografía rigurosa de la Señora. Ni del Señor. [Actualmente algo ha contribuido en pos de decir algo que no sea alabanza la nota pulsada por el yerno que la infanta Cristina les dio]. Primero habrá que esperar a ver si su hijo reina y, sentado lo anterior, si dura. En el caso de que Felipe VI no se mantenga en el trono, muchos de los que ahora abruman a los Borbones con el doloso aroma del incienso, pasarán automáticamente a denigrarlos, para congraciarse con el nuevo jefe del Estado, sea éste quien sea. Sólo entonces saldrán a relucir las lacras que pudieran ocultarse. (…) En cambio, los soberanos derrocados, cuyos descendientes no representan ya un centro de poder, son tratados con rigor implacable, resaltándose sus rasgos negativos sin temor a represalias, como en el caso de Constantino de Grecia, el propio hermano de doña Sofía, de quien lo más suave que se dice en Atenas es que era un monarca inútil. / Con el añadido de que en nuestro país los delitos contra la Corona se hallan tipificados en el Código Penal. (…) No se trata de la lógica protección al jefe del Estado, contemplada en todas las naciones del mundo –monarquías o repúblicas-, sino que la misma protección por opiniones que se consideran desacato hacia el representante de la suprema magistratura alcanza también a la figura de la Reina consorte y a sus descendientes.

Bueno, ya no tanto, contraviene al artículo 20 de la Constitución: Libertad de expresión, tal statu quo ha ido cediendo para llegar al día de hoy con gran hundimiento ante el affaire Urdangarín, asunto, como este vocablo francés indica, o negocio ilícito y oscuro que tiene repercusiones sociales y políticas. Ya hubo de romper la prensa su silencio y ya veremos si pasa a ejercer el papel de control que, según algunos profesores de Derecho Constitucional, le corresponde, tanto más ante un rey irresponsable legalmente.
Vamos a ver –lo que hace falta es esto, que lo veamos, que no se corra un velo tan tupido que había de ser como aquel muro de Berlín, o la muralla china, que tape al advenedizo individuo- si no es atropellada la justicia por la política, como tantas veces lo ha sido a lo largo de la historia; a veces cuando no se pudo vencer por la fuerza de la razón, se venció por la razón de la fuerza, recurriendo al procedimiento manu militari, cual Isabel de Trastamara y su marido Fernando de Aragón para usurpar el trono a la legítima heredera. Y ello entre familia, como lo había sido la batalla de Olmedo; son casos numerosos, corrientes, en familias reales. La guerra originada tantas veces por motivo muy parecido, cuando no similar, al que ha seducido a Urdangarín: megalomanía, sed de riqueza, de poder, avaricia. Con Urdangarín se hará o no justicia –justicia es que devuelva el patrimonio que ilícitamente tiene y vaya a la cárcel el número de años que suman los varios delitos en que ha incurrido-, pero con los reyes generalmente se tradujo en poder, grandeza, gloria. Y cuentan con una estatua, alusión hay a ello en “El pedestal de las estatuas”, de Antonio Gala.

Si pasamos a la vida amorosa, aquí la conducta de los reyes deja mucho que desear como ya he apuntado, son peores o inferiores de lo que es de esperar. Cualquier dinastía. La fidelidad conyugal es rara avis, en los Borbones españoles, puede conceptuarse de singular excepción a Carlos III, quien en cierta ocasión, ya viudo, aseguró que no había conocido otra mujer que su esposa. Y si nos referimos a sus anteriores los Austrias puede anotarse a Carlos II, y éste por ser una piltrafa humana a causa de endogamia y endogamia. Los reyes generalmente se casan por razón de Estado, y cuando media algo de libertad de elección, de enamoramiento, de amor en esta versión, la infidelidad no falta, verbigracia el amor de Alfonso XII por su prima Mercedes de Orleans, con fondo literario, pero en la fugacidad de su matrimonio no le fue fiel. No de las varias biografías que hay -he leído y casi todas tengo- de dicho rey, he recogido la afirmación rotunda de la perfidia de él a ella, sino del libro de Ricardo de la Cierva, “El mito de la sangre Real”, en el que dice: “La boda con la infanta Mercedes fue de amor por parte de Mercedes; don Alfonso la quería, desde luego, pero ni antes, ni durante ni después de su matrimonio le fue ni siquiera mínimamente fiel. Y además este matrimonio fue también de Estado”.

En infidelidad conyugal ganan los reyes a las reinas pero no deja de haberlas adúlteras al límite, valga como paradigma en la Historia de España la reina María Luisa de Parma esposa de Carlos IV con el supuesto ménaje à trois con el favorito Manuel Godoy, que en los últimos momentos de su vida reveló a su confesor, P. Alcaraz, que de todos sus hijos ninguno era del rey, confesión, junto con una donación que le hizo post mortem, que daría lugar al choque entre el religioso y Fernando VII, de que derivó la crueldad con que el monarca le trató. Mucho se ha escrito sobre el gran parecido del tercer hijo, Francisco de Paula, con Godoy, y éste es el padre de Francisco de Asís, primo y esposo de Isabel II. Esta nieta de María Luisa no la fue a la zaga a su abuela paterna. Como afirma el citado Ricardo de la Cierva, en su ya mencionado libro: “después de Isabel II cualquier mención al dogma de la sangre real, debo confesarlo, me suena a tomadura de pelo y me provoca una hilaridad irreprimible”. Es esta cuestión tan importante muy estudiada por José María Zavala en “Bastardos y borbones”.

Otrora existía la posibilidad de que los reyes reinaran cometiendo atropellos, agraviando, abusando de su poder, mas desde ha mucho tiempo no cuentan con camino expedito para sus arbitrariedades aun cuando ellos continúan con esta querencia. “Si las familias reales –Balansó dixit- que aun poseen el privilegio de reinar tienen que ser –o aparentar ser- modélicas para justificar su existencia”, será algo que, no sólo los monarcas, todos sus componentes habían de observar. A la “ejemplaridad” de los Windsor y otras Casas se une la de los Borbones con el marido de la infanta Cristina acusado por la Justicia de diversos delitos penales.

Por: Manuel López Peralta
        15/febrero/2012

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